Otro mood

Me encuentro estacionado en el puertito de Buceo a las 8 de la mañana, después de la KEY del primero de abril.

Venía debatiendo internamente sobre cuál es el primer tema que quiero tocar en mi nueva saga de artículos, y como aún no me decido, vengo a escribir una pieza a la que le tengo ganas hace tiempo.

Auto estacionado en la rambla de Montevideo

De after (02.04.2023).

Cuando volví a Uruguay en 2021, después de haber pasado 5 meses afuera en plena pandemia de Covid, me encontré con una situación extraña.

Pasé de estar viviendo una experiencia única en el exterior, en la que conocí a una cantidad de gente nueva y me pude hacer amigos para el resto de la vida; a estar de vuelta en mi paisito, enfrentando a una pandemia que estaba en su pico y me prohibía ver a los que hace tanto no abrazaba.

Los meses que vivimos gracias a esta crisis sanitaria fueron tiempos complicados, y conozco a personas que coinciden en que las interacciones sociales no volvieron a ser lo mismo. Tan así fue que, para cuando terminó, era como si muchos estuviéramos pretendiendo estar listos para aglomerarnos nuevamente en fiestas que no te daban espacio para respirar.

En el ambiente en el que me crié siempre se mantuvo un mismo estándar de fiesta, que por más que variaba sutilmente con los años, se sostiene sobre este concepto: una casa, un boliche o un terreno en el que se pueda enchufar un parlante que suena lo suficientemente alto como para silenciar los pensamientos borrachos de quienes se juntaron a fumar, chuponear o desmayarse.

Y de la misma forma en que el diseño de estas fiestas va variando con los años, lo mismo pasa con la música que suena en sus parlantes: desde Rombai y Ozuna, hasta Emilia y la Joaqui; nunca va a faltar ese género musical del momento que le permite a los DJs repetir las canciones tranquilamente. Porque, sin importar cuántas veces haya sonado “Marte” de Maria Becerra, esta nunca va a lograr desentonar en las fiestas de ‘Cachengue’.


Es así que, a la vez que presenciaba el resurgimiento de la noche y a todo el mundo organizando eventos, me tocó enfrentar en repetidas ocasiones a la misma situación.

Parado en una ronda, sobrio porque no me gusta tomar.

Los brazos a mis costados moviéndose para adelante y para atrás, mientras los ojos me divagan buscando algo en lo que concentrarse.

Personas y personas a mi alrededor, desconocidos y amigos cercanos con los que se me hace igualmente difícil de conectar, viendo que estamos en una fiesta y ¿quién quiere hablar acá?

“Mirá como baila este, le sale solo” o “todos parecen estar gozando”, pienso, preguntándome si existe alguien que esté parado conmigo debajo de este foco social imaginario, que hace que estas cuestiones me resulten tan agobiantes.


Para mi buena suerte, sí existían personas que estuvieran conmigo, y ya se habían juntado mucho antes de la pandemia para popularizar un nuevo tipo de fiesta.

Fiestas en las que no tenés que depender de una ronda y no hay necesidad de que tus ojos divaguen, dado que la magia está en mirar hacia adelante y sentir el ritmo del DJ, mientras que se despiertan en vos movimientos y emociones que no sabías que tenías en tu arsenal.

Un sonido diferente

Antes de que nos afectara el Covid en 2020, yo había escuchado de las fiestas de electrónica por dos amigos que ya iban, y que si leen esto saben perfectamente quiénes son. Sin embargo, a causa de todo el estigma presente alrededor de las mismas, me había negado rotundamente a ir a una con ellos.

Imagínense, para alguien que ya fumaba marihuana y no le tenía terror a las drogas… ir a una “fiestita” sonaba como el primer paso en mi descenso en picada hacia el abismo.

Aún así, para fines del 2021, después de tantos cachengues que me habían alienado completamente con la sociedad uruguaya, decidí asumir el riesgo.

Con la Navidad a la vuelta de la esquina y una amplia variedad de fiestas para elegir, compré la entrada para mi primera KEY.

La Cocoon se sintió como algo especial desde el momento en que entré.

El predio que se había establecido en la Rambla del Golf me hizo pensar que iba a atender medio país, y la producción que se armó fué lo más similar que ví en Uruguay al Lollapalooza de Argentina. Además, la manera en que la gente iba vestida parecía inspirada por un festival de Coachella, y el clima de la noche prometía una buena experiencia.

Adentrarse por primera vez en la carpa que cubría el escenario fue como entrar en la madriguera del conejo y salir en el País de las Maravillas, todavía lo recuerdo bien: las luces rojas marcaban el ambiente, mientras que unos bailarines extravagantes se lucían al lado de una pantalla enorme que desplegaba unas visuales que estimulaban perfectamente las terminaciones nerviosas en mis ojos.

Pero la música…

La música hizo que mis pies golpearan el suelo frenéticamente, y que mis manos se movieran hipnotizadas bajo el control de un ritmo celestial.

La música eliminó cualquier frustración que antes hubiese sentido en lugares donde no pertenecía.

La música cobró sentido en mi vida, y puso una explicación ante todas esas veces que había apreciado canciones como Cola, y de artistas como Fisher, Tiësto y Skrillex.

fiesta electrónica en el Hangar 33 (Uruguay)

La música despertó un sentido de identidad,

como si estuviese conectado con aquellos que me rodeaban,

unidos en el escapar del sonido.

 

Porque dentro de esta comunidad, los empujones y las peleas se reemplazaron por el “permiso” y el “gracias”.

La experiencia de unos se comparte para asegurar el goce y la seguridad de otros, ya sea porque te aconsejaron usar bermudas en vez de jeans ajustados para que puedas bailar mejor, o porque te dieron agua y recomendaron que vomites cuando vieron que te sentías mal.

Por cada uno de estos eventos se suman muchísimas personas a la movida, al punto de que puede llegar a ser molesto cuando tenés que compartir tu espacio o dejar pasar a los grupos que caminan enfrente tuyo. Aunque si por un solo segundo te pusieras a pensar en que esta gente está yendo a vivir las aventuras que una vez te marcaron a vos, esto debería ser más que suficiente para poder dibujar en tu rostro una sonrisa.

Aunque claro, esta perspectiva puede sonar subjetiva e irreal, considerando que proviene de una sola persona.

Entonces, con el fin de poder oír otras opiniones y dibujar un panorama nuevo, decidí hacerle una serie de 3 preguntas a 15 personas que afirmaron haber ido a estas fiestas, y de sus respuestas pude concluir las siguientes ideas:

Uruguay necesita variedad.

En este país tan chico, con grupos sociales muy definidos y un sentido de identidad cada vez más fuerte, resulta ridículo que las personas tengan que decidir entre “un cachengue genérico o la electrónica”, como lo pone un encuestado. Nos encontramos frente a un sentimiento generalizado de que “en Uruguay era siempre lo mismo” y hacía falta una propuesta como la que hizo explotar a las KEY: “fiestas masivas con DJs internacionales”, o “tremendos DJS”, según a quién le preguntes.

Considerados “pioneros de la música electrónica en Uruguay” y establecidos como la mejor productora del país, “la KEY se mantuvo con los años, y explotó para darnos las mejores fiestas sin duda”. Hablando con gente que me supera en conocimientos de electrónica incluso descubrí que se ha dado a luz a un nuevo estilo de música denominado “KEY Mood”, que se asemeja al techno melódico y “está muy bueno”, según la cuenta @manijaayudamanija.

“Hay veces que la buena música te hace la noche”, me dijeron, y no podría estar más de acuerdo.

La dinámica es otra.

Si sos de los que iban a las fiestas que iba yo de chico, y me refiero a las verdaderas míticas del 2015 y 2016, entonces descubriste la noche acostumbrado a que te empujen, te pechen, y te puedas quedar en el medio de una pelea. Ahora bien, si te pudieras transportar a esos años, también recordarías vívidamente el aroma fresco a vino en caja y chivo, y el estado en que volvía tu ropa a casa después de que te bañaran en tragos.

Si bien el alcohol siempre fué un denominador común en nuestras salidas y la droga predominante en el cachengue, parecería que el hecho de que en el electro haya pasado a segundo plano hace una clara diferencia, ya que en la opinión popular se declara que “hay mejores vibras” y “está todo el mundo en la buena y el ambiente es más relajado y distendido”.

Alguien que respondió mis preguntas lo definió muy bien cuando dijo que “a la KEY voy a escuchar y bailar la música que me gusta, abierto al encuentro con gente que está en la misma sintonía que yo”, lo que me hace preguntarme: ¿si todos fuéramos a eso, estaríamos todos en la misma?

Cada vez somos más.

“Se comenzaron a viralizar muchísimo”, resume perfectamente lo que sucedió con las KEY en el último año, sobre todo después del verano 2022. Lo que comenzó como una movida underground se terminó expandiendo a cada rincón del país con eventos masivos que explotaban en las redes, y hoy al Instagram de la KEY lo siguen personas que jamás se hubieran copado a una electrónica en el pasado.

Hablando con OGs de las KEY - personas que van “hace 10 años, desde aquellas KEY Sessions en W Lounge”, y que las frecuentan desde la época pre pandemia - te podés dar cuenta de que el sentido de lealtad que se mantiene hace tiempo no es casualidad. La calidad de la producción parece no tener rival alguno, pero el encanto también proviene de la “comunidad muy gozada” que los define desde el principio.

Es por eso que, si hay un mensaje que se debe pasar a los nuevos integrantes, es uno de respeto. Una chica me dijo que “se tiene que respetar mucho, tanto al DJ, como al espacio y al público”; mantengamos esto y disfrutaremos mucho más.

Esta noche le dije a alguien que “sin estas fiestas, este país sería muy aburrido”, y parece que muchos me acompañan en el pensamiento.

Muchas gracias a todos los que hacen que la KEY sea posible.

Sinceramente, la comunidad.

KEY Producciones

imágenes proporcionadas por el equipo de KEY.
KEY PRODUCCIONES no solicitó ni pagó por la escritura de este artículo.

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