Una consumición más
Últimamente me parece
que la clave de la felicidad es evidente…
Deambulando por mi casa, veo muchas cosas.
En los placares de la cocina se apilan los alimentos que me ayudan a sobrevivir el paso de los días, y en cuestión de una semana no estarán ahí.
Colgando en el vestidor hay prendas de ropa que alguna vez me generaron inmensas emociones, y hoy las veo sin cariño.
Debajo de la pileta del baño hay una variedad de productos en proceso de acabarse, para pasar a ser descartados y reemplazados.
Incluso puedo ver en mi propio cuerpo, como mi corte de pelo ya no se nota y mis tatuajes pierden su brillo original.
Ayer fuí al shopping a comprarme un pantalón gris.
Sabía perfectamente que eso era lo que quería y que no me iba a distraer con nada más, ya que no podía darme el lujo.
Pero entre las luces brillantes y el pasar de las personas, me encontré anhelando repentinamente a los championes Adidas (blancos con verde) que se exponían en un local.
Insatisfecho por no tenerlos y frustrado porque no son parte de mi outfit, pensé en lo bien que me quedarían con el pantalón gris. En un abrir y cerrar de ojos, la dopamina se había ido, y me quedé con la expectativa de los championes para el próximo mes.
Plata, pienso.
Eso es lo que necesito: mucha plata como para vivir como quiero.
Caminar por la calle vestido como un rey, adornado como un rapero y fresco como una lechuga.
Me podrán buscar en las VIP de las fiestas más caras, con suerte, si me encuentro en el país.
El mundo será mi tienda y mi tarjeta no tendrá límites, solo así no habrán más curvas en la gráfica de mi felicidad.
Fantasías como esta duermen en la mente de millones de personas, y para algunos pocos es una realidad.
“Money make the world go around”, esto es un hecho. Todo lo que hacemos sale plata y todo lo que queremos es tener plata.
Pero qué pasa cuando los precios suben y esa plata no vale lo mismo… cuando sale el último iPhone y el tuyo se vuelve antiguo, cuando lavás tu ropa por primera vez y ahora es ropa de segunda mano. Después de que te comiste esa cena en La Bourgogne, ¿a dónde se fué tu trabajo duro?
¿Pudiste por lo menos disfrutar del encuentro, o estabas pensando en que no te maten con la cuenta?
Voy a asumir que vos también te sentís vacío.
Que sin importar lo que consumas, el agujero sigue ahí, tragando todas tus experiencias y haciéndote divagar por las noches sin saber lo que está mal.
Y en ese momento, ¿qué vas a hacer? Obvio, voy a consumir algo más.
Me voy a comprar un rico pote de helado, me voy a poner mi pijama y me voy a perder en la nueva serie de la que todo el mundo está hablando… una experiencia más para olvidar la insignificancia del resto.
“Fua, Mathias, que depresión este artículo, dijiste que tenías la clave para la felicidad y hasta ahora solo describiste la causa de la miseria.”
Encontrar la solución consiste en gran parte en identificar el problema, y el mayor problema de la sociedad moderna es nuestro exceso de consumo.
No solo considero que el exceso global de consumo masivo va a ser la causa de la extinción de la vida en la Tierra, sino que puedo ver directamente cómo está despertando a la verdadera epidemia del siglo XXI: la depresión. Una depresión que se alimenta a sí misma en un círculo vicioso de rutinas y lamentos, dejando en su camino a una secta de hombres y mujeres frustrados y solos.
Cuando la realidad te empuja hacia las masas y te cincha cada vez que luchás por encontrar tu individualismo, no queda otra que ir de lleno contra la corriente y buscar lo opuesto a lo que está enfrente de nosotros.
Y lo opuesto al consumo es, ni más ni menos, que la producción.
Se sabe que las personas que están en su lecho de muerte casi siempre lamentan el tiempo que no pasaron con sus familias, es decir, con aquellos que dejan atrás. Lo que uno crea es para uno lo más preciado, y la mayoría de las veces no depende de una enorme inversión de plata, ni desaparece con el paso del tiempo.
Para cualquier artista, sea músico, dibujante, escritor o fotógrafo, el estado de creatividad que se vive durante la expresión del arte es la manifestación más auténtica de su persona, y desemboca en las posesiones más valoradas por ese individuo.
Me pueden robar mi ropa, me pueden robar mi casa, me pueden robar mi auto.
Me pueden robar todas mis pertenencias, puedo incluso desecharlas yo mismo, persiguiendo esa falsa ambición que siempre me hace querer algo mejor.
Pero jamás perderé el valor de mi escritura, que me ilumina de orgullo y me invade la alegría cada vez que la pongo en contacto directo con mis ojos.
Podés buscar afuera el remedio para tu interior, y el mundo te tendrá de esclavo.
Podés bendecir a los demás con el fruto de tu camino, y llenar los huecos del planeta.