Los insights de la marihuana
“Day and night, the lonely stoner seems to free his mind” — Kid Cudi.
Este va a ser un artículo especial, en el que voy a dar una visión personal sobre mi vida con la marihuana, y está inspirado por mi primer descanso de tolerancia autoimpuesto.
Mi nombre es Mathias Krell y tengo 22 años. Puedo afirmar que, desde que tengo uso de razón, siempre fui un chico curioso, y quise llegar al por qué de las cosas. Recuerdo que cuando hicimos nuestro primer viaje a los Estados Unidos con mi familia, en 2010, nos asignamos a cada uno una frase que no habíamos parado de repetir durante el viaje, y la mía fue “¿por?” o “¿por qué?”.
Al día de hoy soy estudiante de Marketing, y me estoy dando cuenta de que estaba destinado a esta carrera, considerando que el impulso por averiguar el ‘por qué’ de las cosas es la base para desarrollar insights sobre el consumo de las personas. Se podría decir que la introspección es mi superpoder, y la marihuana mi historia de origen.
Y cada historia tiene su comienzo, así que por qué no empezar por ahí.
Los orígenes
Mi primera experiencia con el cannabis fue un poco lo que le sucede a los adolescentes que nunca le tuvieron miedo a las drogas; y yo ya había probado las otras dos que venían antes en el libro: el alcohol y el cigarro.
Vale notar que estoy realmente agradecido con la vida de que nunca le agarré el gusto al pucho. Si me dan un cigarro y me lo tengo que fumar, voy a fumarlo como si fuera marihuana, y sólo voy a conseguir toser y que me duela la cabeza. Así que, si estás en una ronda conmigo y me vas a pasar algo inhalable, que sea un porro por favor.
Estaba cursando mi cuarto año de liceo y, para ese entonces, unos amigos de la otra clase ya habían probado el porro. Entre estos estaba el hermano gemelo de mi mejor amigo, con quién sí estábamos en la misma clase, y él compartía la misma predisposición a la weed que su hermano. Dadas las circunstancias, se puede adivinar lo que sucedió. Fumamos nuestro primer porro cada uno, y honestamente, ninguno de los dos quedó muy fuera de sus cabales en esa primera instancia, pero no tardamos mucho en volver a pitar, ahora ya junto al grupo de la otra clase, y ahí sí que “pegué mis primeras locuras”, oficialmente.
Con estas personas — amigos con los que viví mi infancia y hermanos con los que crecí en mi adolescencia — nos embarcamos entonces en un viaje del que aún nos queda tiempo para bajar. Nuestro arranque fue legendario. Cuando miramos hacia atrás a las primeras fumadas grupales, nos recordamos como unos cavernícolas que habían descubierto el fuego por primera vez. Y podríamos habernos quemado (las neuronas) de manera bastante salvaje en los años que siguieron, de no ser por un evento trágico que nos cambiaría de rumbo, al menos por un tiempo.
Busted: Atrapado por mis padres
Yo nací en el año 1999 (sí, en el siglo pasado, envidien personas del 2000), y como buen ’90s baby, mis padres crecieron en el auge de la Guerra Contra las Drogas, que fue declarada por el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, el 18 de junio de 1971.
En mi casa nunca se consumieron drogas de ningún tipo. Mi padre había fumado cigarrillos cuando era muy muy jóven, pero salvo eso, ni él ni mi madre estaban (o están) a favor del consumo de sustancias que no se prescriben por un médico. Y esto lo tuve claro toda mi vida, pero, ¿qué les puedo decir? Creo que siempre fue parte del encanto. Por alguna razón será que, la primera vez que decidí emborracharme, lo hice afuera de una fiesta de Halloween que se hizo en el 2014 en la misma cuadra de mi casa, literalmente. Básicamente, estaba tomando vodka barato en la calle, queriendo entrar a una fiesta a la cual le terminaron tirando botellas de vidrio a la casa y al auto, y tuvo que venir la policía. Obviamente mi madre se enteró allí mismo.
Cuestión que esto ya era un problema entre mis padres y yo. Pero si hay algo que aprendí con los años, es que se necesitan sucesos aún más importantes para frenarme a mí. Así que, un tiempo después, cuando era un pequeño marihuanero principiante, ocurrió el suceso.
El plan era juntarse a fumar con unos amigos, quedar super locos, y jugar al Xenoverse toda la noche, seguramente entre varias risas, pero el destino tenía otros planes.
El encargado de comprar la ganja era, como se volvería costumbre más adelante, yo. Así que hice mi magia y nos conseguí 2 gramos de hierba por 200 pesos, una locura de barato en su momento. Hierba que nunca sería fumada, ya que hubo una falla en mis planes. Esos 200 pesos se los había pedido a mi familia esa tarde, y una vez que se fueron en la mota, ya no tenía dinero para la comida. Y me negaba a ser el que no tenía para la comida otra vez. Sin pensarlo, fui a pedir 200 pesos más, y mi madre no tardó ni un segundo en oler la situación.
“¿En que te gastaste la plata, Mathias?” resuena en mi cabeza hasta el día de hoy. Fue en ese momento que supe que la había cagado.
Sin saber qué decir, y notando cómo subía la tensión en el aire, respondí: “en alcohol, mamá”. Pensé para mi mismo, “mejor embarrarla de nuevo con lo mismo y no destapar algo peor”, pero no tuve éxito, porque en el momento que me doy media vuelta e intento comunicarle a mi amigo que no voy a llegar a la juntada, mi padre se aparece de la nada, rápido y silencioso, y me quita el celular de las manos, sin que pudiese siquiera bloquearlo.
Lo que siguió fue el momento más tenso que pasé en mi vida, y la incertidumbre me ganaba. ¿Habría de casualidad bloqueado el celular? En esa espera llegué a creer que se acababa todo: mi vida social, mi libertad, y mi conexión con el mundo exterior… y sinceramente, así fué.
Representación visual de mí antes de subir al cuarto de mis padres. (Shutterstock)
Unos minutos después baja mi madre y me dice: “subí Mathias que tenemos que hablar.” Una vez que me siento en la cama de mis padres, ella me dice “te vamos a dar una oportunidad para que nos cuentes todo, antes de hablar nosotros.” Para ese entonces, yo sabía que esta era una batalla perdida y que tocaba ser inteligente, así que, como se dice acá en Uruguay, canté hasta la Vidalita, y lo confesé todo.
Fue duro, no voy a mentir. Tenía 16 años, me había cambiado a un colegio nuevo, y poco tiempo después perdí la confianza con mis padres, lo que significó que ya no podía salir o juntarme con mis amigos, además de que no se me permitió el uso de celular por más de 4 meses después de lo ocurrido (sí, 4 meses), y mi mamá tuvo acceso a todas mis conversaciones — y a los videos que habíamos grabado con mis amigos, fumando maruja, sin remera, en la barbacoa de su casa. Pensándolo bien, este parece el momento adecuado para hacerle un homenaje al kit cannábico que tenía en ese entonces: un vaporizador de Snoop Dogg, un pequeño bong de plástico y un desmo dorado — artilugios que traje del Reino Unido en mi viaje de egresados, sólo para que terminen en algún basurero de Uruguay, destrozados por el martillo de mi padre.
Mi madre tampoco sintió la necesidad de quedarse callada, y le contó a los padres del colegio lo que estábamos haciendo sus hijos. El caos fue tal que juré solemnemente nunca más fumar marihuana, y esto me duró un tiempo.
De hecho, no fue hasta después de haber cumplido la mayoría de edad que el THC volvería a visitar mi cuerpo. Para el verano del 2018, mis amigos y yo alquilamos una casa en La Paloma, un balneario del departamento de Rocha, dónde estuvo la movida de mi generación ese año. Para aprovechar la ocasión, con el otro gemelo (no con el que fumé por primera vez, el hermano) compramos 25 gramos de cogollo, lo probamos en su casa unos días antes de año nuevo, y nos pusimos a ver la película de Scott Pilgrim; muy recomendable para ver loco.
Fue en esa sesión que se volvió a sembrar mi pasión por la planta, la cual florecería estrepitosamente en los años que viví en mi primer trabajo.
Stoned at Starbucks
Tienda de Starbucks Coffee. (Shutterstock)
En abril de 2018, Starbucks® abrió su primera tienda en Uruguay, y tuve la oportunidad de estar detrás de la barra como uno de los primeros baristas del país. Los nuevos partners, como nos llamaron ellos, comenzamos la capacitación en marzo de ese año, en un hotel de la rambla de Punta Carretas, y no se necesitaron más de 4 días como compañeros de equipo para que nos encontrásemos prendiendo uno a la salida del entrenamiento. Así de fácil, y con el sonar de El Sensei, de Las Pastillas del Abuelo, comenzó una nueva etapa de mi vida, en la que conocería — y fumaría con — todo tipo de personas.
Una de estas personas fue ‘el Dani’, de los primeros marihuaneros de verdad que tuve el gusto de conocer. Este hombre fue contratado para la tienda de Arocena, en la que trabajaba yo, y nos enseñó a los partners de entonces lo que era un porro bien armado. Al ver las obras de arte que se enrolaba este personaje, sentí la necesidad de poder hacer lo mismo. Fue en esa época que miré mis primeros video tutoriales sobre cómo armar (el de Seth Rogen y el de Wiz Khalifa), y unos meses después, cuándo cambiaron de tienda al Dani, armar los porros de Arocena pasó a ser mi responsabilidad.
Hay algo inexplicablemente hermoso sobre el poder compartir tu marihuana con los demás. Acercarte a un compañero o compañera que se encuentra desgastado, luchando con las tareas del trabajo, solo para decirle suavemente al oído “sale ese a la salida”, y ver cómo se iluminan sus ojos con esperanza y emoción; ese es un sentimiento al que me volví adicto. Conectarse con las personas de tu vida a través del cannabis es otra forma de relacionarse.
Y sin embargo, más allá de las amistades, lo que más supe valorar de esta etapa de mi vida fueron los primeros ‘pensamientos locos’, o insights, que inundaban mi mente cada vez que llegaba a casa después de haber fumado a la salida del trabajo.
Velocidad de pensamiento acelerada
Ahora que ya te conté un poco de mi historia, quiero que te imagines en una situación.
Estás en tu casa de noche, tu familia está dormida pero tú estás más despierto que nunca. En tu oído hay un auricular y en tu sistema corre una de las primeras dosis de THC de tu vida. Hermoso, ¿no? Mientras tu artista favorito suena en tu cabeza y tu cuerpo se mueve al ritmo de la música, vas al baño y cerrás la puerta.
Mirarte al espejo cuando estás colocado con THC es algo genial. No importa quién seas o cuáles son tus rasgos físicos, ver como tu reflejo comparte el mismo estado de locura que manejas tú puede ser algo que te conecte profundamente contigo mismo. Hasta es posible que te encuentres teniendo una conversación con the Man in the Mirror (hee hee) o repitiendo las frases “que loco que estoy” o “que viaje”. Seamos honestos, ¿a quién no le ha pasado?
Introspección. (Shutterstock)
Ahora imaginá que hay algo en ese momento de tu vida que te tiene preocupado. Puede que estés indeciso con tu profesión o tu carrera estudiantil, que estés comenzando una relación con una persona y te sientas inseguro, o que tengas algún problema familiar o con tus amigos. Sea lo que sea, este asunto te tiene estresado y te complica la existencia de alguna forma, pero estás re loco en el baño. Y parece que ese asunto ni existiera, hasta que algo en tu mente lo despierta y, de repente, estás pensando en todos los aspectos posibles relacionados al tema, a máxima velocidad y sin que sea intencional. Puede que te hayas acercado al espejo a mirarte más de cerca los granitos (sí, esto me sucedía), y mientras analizás los detalles de tu rostro, tu mente conectó 100 hilos distintos y pudiste poner en perspectiva a este asunto que tanto peso tuvo sobre tu día. Acabás de racionalizar parte de tu vida, y puede que hasta te hayas puesto en el lugar de otra persona, sintiendo que resolviste un misterio en cuestión de segundos, y sin quererlo.
Y, de la nada, te alejás. Volvés a la normalidad, tu mente se estabiliza y, de un momento a otro, te olvidaste de todo lo que acabás de pensar. No podés recordarlo aunque quisieras. Sin embargo, lográs decirte a vos mismo “sí, lo entiendo”, y así de fácil procesaste una situación que te incomodaba, y acabás de fortalecer tu persona.
Si este relato parece basado en hechos reales, es porque lo es. Esta introspección analítica que puede provocar la marihuana es, en mi opinión, uno de los aspectos menos explorados y una de las causas más importantes por las que algunas personas desarrollamos un amor profundo hacia la planta.
También es posible que sea una razón por la que el cannabis es tan efectivo en los tratamientos para el Trastorno de Estrés Post Traumático.
La marihuana no solo cambió mi vida — pasé de ser barista en Starbucks a periodista cannábico — sino que también cambió mi manera de pensar. Y, yo me pregunto, ¿habrá cambiado algo más?
Un descanso de tolerancia
“Debería analizarme el cerebro, bro. Con rayos-X y todo. Con la cantidad de pensamientos místicos que he tenido en los últimos años, me niego a creer que no haya crecido de alguna manera.”
Esto fue lo que le dije a mi amigo el José, en su casa, la noche del segundo viernes del mes de octubre, después de romper mi primer descanso de tolerancia autoimpuesto.
Te podrás estar preguntando: ¿qué es un descanso de tolerancia?
Básicamente, es cuando un fumador habitual de cannabis decide detener su consumo, ya sea por 3 días o por más de un mes, con el fin de disminuir su resistencia a los efectos de la planta, y obtener experiencias más placenteras y menos frecuentes.
En mi caso, esta no era la primera vez que había dejado de fumar. Ya lo había hecho anteriormente y por tiempos mucho más prolongados, pero no había sido por voluntad propia, sino medidas necesarias para la convivencia con mi familia. Este descanso de tolerancia fue bastante más corto — 4 días para ser exacto.
Podés pensar que cuatro días no es nada, pero preguntale a un fumador diario y te dirá lo mismo que te voy a decir yo (haciendo referencia al icónico Mr. Meeseeks), “esto es una eternidad en tiempo marihuano”.
Es fácil dejarse llevar por un consumo excesivo, sobre todo cuando aprendés a enfrentar situaciones como el trabajo, el estudio o el gimnasio. Puede que tengas un día a día productivo y saludable (con excepción del humo que va a tus pulmones), pero lo más probable es que termines fumando por fumar y sintiéndote incómodo por estar excesivamente drogado cuando la situación no lo pedía. Si notás que esto te está sucediendo, te recomiendo hacer lo que hice yo: poner tus pertenencias marihuaneras en una caja y sellar la misma con cinta de papel, fijando una fecha en la que debería poder abrirse de nuevo. Puede que no llegues a esa fecha, pero créeme que pasados los primeros días de resistirte a la tentación, vas a perder el hábito de estar re loco 24/7.
Porque a fin de cuentas, de esto es de lo que se trata la marihuana: de que cada viaje tenga su propósito y se sienta especial, y de capitalizar el hecho de que podés cambiar tu estado de conciencia sólamente con fumar la flor de una planta que crece en nuestro planeta hace miles de años. Te recomiendo también que empieces a anotar tus propios insights, para que no se te escapen esas ideas que podrían cambiar tu vida; ya sea porque te imaginaste un buen diseño para tu próximo tatuaje, porque te vino a la mente una idea millonaria, o porque se te ocurrió que podrías escribir un artículo contando tu historia.